Aunque sea un valor reconocido como siendo de gran importancia, no todos saben qué es honestidad. ¿Alguna vez te preguntaste en el fondo qué quiere decir? ¿Cuántas veces escuchamos esa palabra en el cotidiano?, ¿y qué sentido le damos en nuestra propia vida?
Hace algunos meses hemos hablado acerca de los valores, y decíamos que los valores son algunas cualidades consideradas positivas.
También allí mencionamos que el fundamento de la moral son los valores, y que esos o bien son de carácter colectivo o bien son valores personales.
Sea como fuere, existen valores imprescindibles para la vida en sociedad. Eso es importante para asegurar las relaciones saludables.
Entre esos valores, se destaca la honestidad, que muchos definen como la calidad de lo que consideramos honorable. Asimismo, ese concepto tiene una relación cercana con las ideas de verdad y de justicia.
La honestidad en una persona es primero una elección interna y solo entonces algo aparente en sus acciones. Una sociedad formada por personas honestas, que viven el bien, pueden contribuir en la construcción de la justicia.
¿Vale la pena vivir la honestidad en una sociedad donde lo que se suele buscar son las ventajas personales?
Hace mucho que diversas sociedades en Occidente han dejado de lado la preocupación por el sentido colectivo. Es decir, la atención dirigida a aquello que pertenece a varias personas, a la comunidad, pierde espacio.
Mientras tanto, la carrera emprendida por cada vez más personas tiene que ver con aspectos que buscan una exclusividad a lo personal.
Sin embargo, hay aspectos de la vida del ser humano que no le dicen respecto solamente al individuo. En efecto, si no tenemos criterios que ayuden a regir la vida en sociedad, la convivencia se vuelve difícil y los «atropellos» de unos sobre otros se convierte en algo común.
Consideramos que la honestidad entra en ese ámbito que transciende el espacio privado de la persona y que tiene repercusión directa en la sana coexistencia.
Para afirmarlo, pensemos, por ejemplo, en lo que pasa cuando compartimos el mismo espacio – sea en la casa o en los ambientes de estudio o trabajo – con alguien en quien no confiamos.
Si la falta de confianza es respecto a una posible falta de honestidad de esa persona, difícilmente nos sentiremos cómodos para algunas cosas.
En un ambiente deshonesto, el comportamiento humano tiende a deteriorarse y a transformar el ambiente en tierra de nadie.
Uno de los problemas que pueden darse es que todos quieren aprovecharse de los demás, generando degradación de las relaciones y de todo el sistema social, ya sea ese micro o incluso macro.
Por lo tanto, ser honesto requiere incorporar la honestidad a los valores personales y analizar las propias actitudes.
De ese modo, ante circunstancias que exijan una toma de decisión podremos basarnos en algo que, efectivamente, hace parte de lo que somos.
Formarnos para la honestidad
Los valores son aprendidos, y generalmente tenemos contacto con ellos desde la infancia, a través de la familia, en primer lugar, pero también en la escuela.
La honestidad es uno de esos valores para el cual podemos educarnos a partir de las relaciones en el interior del círculo familiar.
Ser una persona honesta consiste, en un primer momento, en aprender a sincerarse; es decir, vivir la honestidad consigo mismo.
Luego, también manifestamos la honestidad por medio del modo como hablamos, ya que podemos o no faltar con la verdad. En efecto, ocasionalmente podemos sentirnos inclinados a mentir en beneficio propio.
Siendo así, puedes percatarte que la honestidad también tiene algo – o mucho – relacionado con la sinceridad y con la verdad.
No necesitamos que nadie nos diga que tenemos que ser honestos. Sabemos que tenemos que aprender a moldear nuestro comportamiento para serlo.
Es por eso que entrenarse para una inteligencia emocional y moral nos permite identificar cuándo estamos equivocados o cuándo tenemos razón. Así, en nuestro actuar la honestidad se hará presente y seremos personas confiables.
La importancia para las empresas
La honestidad también tiene lugar – y muy importante – en las empresas. En primer lugar, porque ella puede proporcionar una buena relación entre los empleados y los dueños de negocios.
Ser personas honestas nos ayuda en las relaciones laborales; mientras que, la deshonestidad suele ser señalada como una de las principales causas de despidos de trabajadores.
La honestidad puede también ayudar a aumentar la productividad por medio de mejores relaciones entre los funcionarios.
Cuando una persona es honesta, en normal que los líderes empiezan a confiar más en ella y la confianza es fundamental a la hora de un ascenso, por ejemplo.
Por fin, vale también destacar la importancia de la honestidad no solo en las relaciones en el interior de la empresa, pero también con los clientes.
Ella es para todo aquel que quiera conseguir un buen puesto dentro de la empresa para la que trabaja o que busca ayudar la empresa donde trabaja a crecer en el mercado.
Honestidad y responsabilidad afectiva
La honestidad no se relaciona solamente con la gestión de los bienes materiales propios y con el respeto de los bienes ajenos.
Pese a que muchas veces atribuyamos los conceptos de honestidad o deshonestidad casi que exclusivamente al modo como se administran los bienes, la honestidad también tiene una estrecha relación con la afectividad.
En efecto, algo que tiene ganado espacio es la discusión acerca de la honestidad y de la responsabilidad afectiva. Y podríamos mismo afirmar que al ingresar en una relación afectiva es de suma importancia tener en cuenta la honestidad.
Cuando hablamos de honestidad en el ámbito de las relaciones amorosas queremos destacar la importancia de ser sincero con lo que uno mismo siente y, al mismo tiempo, responsable con quien se vive la experiencia afectiva.
Lo que está en cuestión es la claridad en decir las intenciones que se tiene en relación con la otra persona. Perciba que no se trata de hacerse responsable por lo que el otro siente, sino por saber comunicar las propias intenciones y acoger con empatía las de la otra persona.
Lo fundamental es tener la sensibilidad – y honestidad – para dejar claro cuáles son las intenciones con el relacionamiento: comenzar una relación estable, conocer a la otra persona o solamente tener citas casuales son ejemplos.
Es cierto que puede pasar que ambas partes estén de acuerdo, y luego una de ellas quiera cambiar el «status» de la relación. Sin embargo, si hay apertura y honestidad, el diálogo se vuelve más fácil.